jueves, 30 de julio de 2020

Segunda parte: LA VIDA INSTITUCIONAL...

LA VIDA INSTITUCIONAL, UNA ESCUELA...

Segunda Parte

Ciertamente estas personas, como todos aquellos que a su edad, deambulan por la vida con los ojos y los oídos abiertos, han tomado conciencia de alguna manera tangible de la flagrante pobreza de algunas familias, que clama al cielo, y de la enorme brecha que divide a la sociedad humana. ¿Y las consecuencias de esto? Algunos pueden haberse quedado perplejos y, llenos de inquietud interior, buscando una explicación, otros habrán visto desmoronarse todos sus ideales sobre la santidad de la Iglesia y el sacerdocio, o por lo menos se han sacudidos hondamente. En resumen, una persona puede llegar a esta conclusión, otra puede llegar a otra, pero en un punto, creo que todos estamos de acuerdo: nuestra autoeducación que hasta ahora no ha pasado la prueba de la vida práctica, tiene un grave defecto; de lo contrario no estaríamos completamente desorientados ante las cuestiones sociales. Y de esto se deduce la convincente conclusión: el error que cometimos debe ser corregido. Debo poner toda mi energía en educarme para la comprensión social y el trabajo social.

Esto, creo, es el regalo, la gracia que queremos implorar hoy de nuestra Madre celestial. Sí, bendita mujer celestial, ¡toma nuestros corazones y fórmalos según el tuyo! Mientras tanto, yo trataré de responder dos preguntas para tus hijos, una es por qué y la otra cómo debemos autoeducarnos para el trabajo social.

 ¿Por qué debemos y tenemos que autoeducarnos para el trabajo social?

1.    El cómo.

1. Mis queridos congregantes. ¿Por qué debemos educarnos para el trabajo social? Respondo con un imperativo múltiple, que está incluido en tres títulos que con razón reivindicamos: Primero persona moderna; segundo, congregante; tercero, futuro sacerdote.

Puedo presuponer una idea generalmente conocida y aceptada por todos: debemos educarnos para todo lo que la vida práctica nos exigirá más adelante. Porque de la nada no surge nada, menos aún en el hombre, que no puede hacer nada – ni siquiera comer ni caminar -  si no lo ha aprendido de antemano. Por lo tanto, es suficiente para nuestro propósito demostrar que, por este triple título de honor, tenemos el sagrado deber de ser socialmente activos.

Somos personas modernas. Uds. conocen la característica frase del antiguo filósofo griego: el hombre es un animal político, un animal social, un ser social. En otras palabras, no es exclusivamente autosuficiente, no está solo, separado de cualquier comunidad y sociedad humana. Es un eslabón de una gran cadena continua, parte de un gran organismo vivo: la familia humana. En su ser y en su obrar, en la satisfacción de toda clase de necesidades, ya sean físicas, espirituales o intelectuales, tiene que contar con la ayuda de sus semejantes, debe también compartirles sus bienes y ejercer sobre ellos una influencia favorable, vigorizante y promotora. Habiendo salido de la sociedad, también está destinado a ella.

Debemos aferrarnos tenazmente a esta verdad inquebrantable de la ley natural y luego dar el curso correcto a nuestro esfuerzo por la perfección.

Por lo tanto, si a veces, por las decepciones, o como resultado de un vago anhelo o una infeliz disposición naturalmente heredada, tenemos impulsos de separarnos de la sociedad, para apartarnos de los demás y seguir nuestros propios caminos, para jugar al ermitaño y al solitario, y así peregrinar sin ser molestados hacia el ideal de la perfección imaginada - ¡fuera con estas ideas! Son una fuerte tentación para nosotros porque no están orientados al altísimo faro de la verdad moral natural: el hombre es un ser social. No vamos a entrar ahora en el cómo se puede justificar la vida de un ermitaño, no es el momento. Para nosotros permanece el deber de mutua asistencia e influencia material, moral y religiosa. Para nosotros es y permanece eternamente verdadero: cuanto mejor y más duraderamente podamos influir, apoyar y asociarnos con otros en esta relación, más perfectamente habremos desarrollado la idea del hombre en nosotros. Toda influencia, apoyo y asistencia debe, sin embargo, estar naturalmente en sintonía con la situación actual, aplicada a nosotros: con las necesidades modernas de nuestro tiempo. Las necesidades más grandes y urgentes de nuestro tiempo las solemos llamar generalmente como miseria social, y la actividad dirigida a reducir o eliminar esta miseria: trabajo social, trabajo en la solución de los problemas sociales…

2. Pero, mis queridos congregantes, he tardado demasiado en el primer punto. Decir más sobre esto sería como llevar búhos a Atenas [1], o llevar agua al Rin. Estamos más interesados en la segunda cuestión práctica: ¿Cómo podemos y debemos educarnos para el trabajo social?

 

Recuerden la doble tarea que esta educación tiene que resolver. Debe conducirnos a:

1.    reconocer las causas de los grandes agravios sociales de nuestro tiempo,

2.    utilizar los medios que puedan eliminar los agravios. Por tanto, comprensión social y acción social.

El establecimiento de una “sección social” sería en sí mismo la forma más adecuada de transmitir la comprensión social. En las circunstancias actuales, sin embargo, esto implicaría una peligrosa fragmentación de nuestras fuerzas. Por lo tanto, debemos encontrar otras formas de ayudarnos. Y esto se puede hacer muy bien por las otras dos secciones existentes, si se manejan adecuadamente. La “sección misionera” ya ha incluido en su plan de trabajo disertaciones sobre San Vicente de Paul y Ozanam. Qué fácil es aprovechar esta oportunidad para investigar las causas profundas y últimas de las tensiones sociales actuales. Sólo hay que identificar y destacar hábilmente los momentos pertinentes. Y cuando hablamos de la miseria de los paganos y las acciones de caridad existentes, cuán obvio es comparar esto con la clamorosa necesidad de nuestras grandes ciudades y los medios oficiales y privados de prevención y alivio. Y qué gratificante y comprensible sería una breve confrontación y examen de las causas respectivas en este contexto.



[1] Dicho de Aristófanes, en la comedia “Los Pájaros” (nota del T.)


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